Superado el problema de la reforma de las pensiones y avanzando en los cambios pendientes de las relaciones laborales, así como dando los últimos pasos para culminar la reforma del sistema financiero, con la traumática transformación de nuestro ahorro popular (Cajas), en bancos que coticen, parece que le llegará el turno a la reforma de nuestro sistema fiscal. Un sistema, que sufrió su gran transformación con los Pactos de la Moncloa y con la capacidad de transformación que Fuentes Quintana y Francisco Fernández Ordóñez le impusieron. Fue un cambio en la Administración Tributaria del Estado, que no ha culminado todavía.
Es evidente que antes de hablar de reforma del sistema fiscal, hay que saber que es lo que queremos reformar, y parece que lo primero es “que paguen todos los que no lo hacen”. Se va por el buen camino, según los resultados, pero ese 23% del PIB sumergido, todavía es un lastre. En la última encuesta sobre el comportamiento fiscal de los contribuyentes del Instituto de Estudios Fiscales (2010), el 53% estiman que en los últimos cinco años se había empeorado, y el 93% es de la opinión que solo funciona bien la practica de las retenciones en la nomina y por la presión inspectora. Es urgente “un carnet por puntos fiscal”, porque no se puede consentir por más tiempo, que ciertos contribuyentes circulen por dirección prohibida sin consecuencias. Es un suicidio fiscal, que rompe la equidad que exige nuestra Constitución.