A lo grande
José Molina
Me da tristeza, mucha tristeza, que no seamos capaces de pensar a lo grande. Las inversiones públicas deberían ser reconocidas como un camino de emprendimiento y de estrategia a largo plazo, asumiendo que el Sector Público posee una capacidad inversora y de innovación que, cuando se emplea con eficiencia, impulsa a la economía. Y ese impulso se transmite hacia los sectores privados que saben abordar los cambios tecnológicos necesarios para la innovación. Así ha ocurrido con Internet, con el GPS o con el ayudante Siri. Ahora lo estamos viviendo con las vacunas: se impulsa una investigación que se financia con fondos públicos, y el beneficio es un efecto directo a la Salud, y a la Economía en general. El Sector Público, el Estado, es el primer inversor para la salida de la crisis y un factor determinante para el crecimiento de una Economía post Covid.
La Economía vive un periodo de transición cuyo rumbo nos está marcando los nuevos objetivos para esta década. Ya hemos vivido otras transiciones en la historia, y siempre tienen costes que habrá que asumir. Ahora habrá costes por duplicado: un coste estructural en las economías privadas, y un coste en el Sector Público, lo que implica decir una reorientación del gasto, vía Presupuestos Generales del Estado. En esa dirección se sitúa el Plan de Recuperación y Resiliencia, cuya proyección nos sitúa al final de esta década, en 2027. No hay sectores ausentes: están el arte, la cultura, el deporte, el trabajo, el transporte, el consumo, la vida en las ciudades, las finanzas… con unas nuevas normas de reparto y de contribución de cada cual según sus recursos. En esta nueva transición es una tarea de gran calado desarrollar adecuadamente el reto de gobernanza del conocimiento y hacerlo participativo y ético.
En este tránsito, unos se devanan los sesos para conseguir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, mientras que otros actúan como si les estuviesen robando lo que históricamente les pertenece. No es nuevo, los think tank del neoliberalismo están en pie de guerra contra todo lo que suponga un cambio de modelo de su economía, rechazando una emergente economía del conocimiento que promueve un desarrollo equilibrado, para el bien común y con menos desigualdades. Debemos buscar una Economía que sea un lugar de encuentro entre lo privado y lo público, en el que hay espacio para voces diferentes, con inspiraciones diversas, que enriquecen si somos capaces de llegar a síntesis que abran nuevos caminos. Y en ese marco, las finanzas públicas y privadas son los vehículos potentes para los retos de Reconstrucción y Resiliencia.
Los fondos públicos que con tanta ansiedad esperamos pueden ayudar a que nos adaptemos a las nuevas estrategias de futuro. Un futuro que es un salto a lo grande para el que debemos estar preparados: como buenos deportistas para la gran Olimpiada del 2030. Y para poder dar ese gran salto deberemos perder los pesos muertos del pasado: los enfrentamientos no pueden dominar nuestra mente, y no se puede permitir que la capacidad inversora del Sector Público -factor de primera instancia y llave para este nuevo desarrollo innovador- la quieran dominar y controlar los intereses privados de grupos que históricamente han tenido bien atada nuestra Economía, y que conforman las grandes fortunas en nuestro país.
Si amenazamos al Estado -tengámoslo muy claro- nos estamos arrojando a la precariedad, con un riesgo real de disminución del gasto en Salud, Educación y Servicios Sociales. Por eso, son un insulto a la sostenibilidad y al futuro que buscamos los ataques que se hacen desde posiciones políticas y grupos de presión al papel del Estado como líder del cambio social y como impulsor de unos presupuestos públicos con una agenda progresista para dejar atrás recortes y austeridad.
El camino es un pensamiento creativo con respuestas, y no es nuevo: ya lo hicieron en su momento Keynes y Polanyi cuando instaron a los políticos de su tiempo a no obsesionarse con limitar el gasto, y los animaron a mirar a largo plazo con una visión más a lo grande. A un futuro en el que la gran transformación es la convivencia de la intervención pública y la privada. Se trata de luchar contra las inercias, contra repetir esquemas o seguir protocolos obsoletos y muy sumisos al ordeno y mando.
Y necesitamos poder apoyarnos en una Función Pública dinámica y en funcionarios creativos, cargados de la emoción de innovar para mejorar la gestión de lo público. Ellos son los que tienen que defender y potenciar la capacidad del gasto que se financia con los recursos de toda la ciudadanía.
Lo público es lo único que tenemos los que tenemos poco. Por eso el papel del Estado, que desarrollan los que trabajan en sus estructuras, debe impulsar una nueva gestión para incorporarse a la innovación y ocupar su espacio lo antes posible. Si llegamos tarde con la respuesta, habremos hecho un flaco favor a la confianza puesta en el nuevo futuro.
Hay que conseguir que todos los actores, públicos y privados, se sientan protagonistas dentro de un proceso participativo y para ello hay que abrir las instituciones y rendir cuentas con transparencia, para que cuando digan que han creado riqueza podamos saber si se ha distribuido o si se la han apropia los de siempre. Y para que cuando nos digan que bajan los impuestos, sepamos lo que a cada ciudadano le ha supuesto, y cuando nos digan que quieren elegir Educación, Cultura, y tantas cosas de la vida, podamos saber si es cierto o es una forma de excluir a los ciudadanos.
Keynes nos aconsejaba que lo importante no es hacer cosas por hacerlas. Muchas veces ya se hacen, o incluso se pueden hacer mejor. Decía que lo importante es hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto. Y ese es el gran reto ahora: pensar a lo grande.