El mal gobierno

El mal gobierno

Un mal gobierno se define entre otros factores por sus círculos de corrupción, por sus carencias en la rendición de cuentas, por el clientelismo político que alimenta y por su incapacidad para hacer de la función pública una estructura independiente al servicio de la ciudadanía. Así lo explican muy claramente Piatoni, Villoria, Dahlstrom o Lapuente.

Además, nuestra Democracia surge de un sistema de acceso al poder formulado durante la Transición que cerraba algunos instrumentos de participación ciudadana, lo que ha impedido la apertura de las instituciones, que han seguido dominadas por un patriarcalismo de siglos. La consecuencia es que padecemos una sociedad democrática que camina con dificultad por pasillos estrechos.

Nuestro sentido democrático nos obliga a difundir por toda la sociedad lo que dijo en su día el fiscal general del estado Conde-Pumpido: España no es un país sistémico de corrupción sistémica, sino un caso de corrupción política. Por eso las instituciones independientes no tienen buena acogida: son meros bonsáis del ordenamiento jurídico.

Para no vivir en la nube estatal es bueno pisar suelo y ver lo que pasa en la vida local y regional, en la que muchas veces los gobiernos se ven salpicados por ese efecto negativo del mal gobierno, dejándose arrastrar por sueños de grandeza que nada tienen que ver con la innovación y la creación de una economía sana. Por desgracia, la Región de Murcia sabe mucho de esa parafernalia de proyectos fantasiosos como el del Parque Paramount, la urbanización masiva de Cabo Cope, el Gorgel o el Aeropuerto, y además la especulación ha cometido el gran crimen ambiental de la destrucción del Mar Menor. Son ejemplos de un sistema corrupto que de forma mafiosa ha encubierto estas operaciones especulativas sin escrúpulos con consecuencias mortíferas para la naturaleza, la vida económica y la convivencia social. Una trama que ha contaminado mentes, estructuras, instituciones y un sistema general. Un crimen contra la naturaleza de muy difícil recuperación.

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Estas situaciones se favorecen cuando el liderazgo político responde al perfil de los malos gobiernos y se estrecha el pasillo democrático, en acertada expresión de Acemoglu y Robinson. Vivimos un momento en el que la sociedad civil ha perdido fuerza, el Leviatán se ha desmadrado y se ha convertido en el mayor problema. Tanto que a una catástrofe se atreven a llamarla “crisis de paisaje”, para que nadie piense que es una visión catastrofista sino un diagnóstico técnico de la nueva patología del siglo XXI.

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El pin parental del “padre estricto”

El pin parental del “padre estricto”

El filósofo y poeta Gibran nos recuerda en uno de sus poemas que: “tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo no te pertenece. Puedes darle tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos… porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer”. Y termina aconsejando que “la inclinación de la mano sea para la felicidad”.

Nuestra Constitución también nos recuerda que el menor tiene sus derechos plenos desde que nace, que somos tutores de los menores y que si nos sobrepasamos en la tutela podemos perderla. Los artículos 20 y 27 son contrarios a la pretensión del “pin parental” pues el Tribunal Supremo ha dejado bien claro que el sistema educativo no se subordina al derecho de familia.

Yo viví en mi familia una educación de “padre estricto”. La rigidez de la educación que recibí no me hizo mejor, sino que me hizo sufrir y soportar un yugo del que no me liberé hasta que cumplí la mayoría de edad. No quiero eso para nadie. Busco métodos para educar que favorezcan el crecimiento de los valores de solidaridad, ayuda mutua, integridad, ética y libertad, como un conjunto de principios que conformen a los niños y niñas y les hagan crecer en responsabilidad como ciudadanas y ciudadanos de una sociedad integradora. Educar no es separar ni imponer.

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No se puede separar por sexo, ni por etnia, ni por condición económica, ni por religión, ni ideología. Separar por cualquier motivo es socialmente inasumible y políticamente inadmisible en constituciones democráticas. El pin parental que ahora se desea implantar es una huida a un pasado oscuro al que no se puede regresar. Imponer la moral conservadora en la Educación por la presión de la política es destruir los avances de libertad y democracia que se han conseguido.

Es cierto que la familia juega un papel en la sociedad, pero los neoliberales conservadores han incorporado el mito emocional de la familia. Además, le han sumado una visión del Estado y de los muy diferentes asuntos públicos entrelazando los mitos conservadores y los eslóganes de sus contenidos morales. Han recreado una figura de padre estricto que desarrolla sobre su familia el velo de la ignorancia -el pin parental- para conservar una visión patriarcalista de la sociedad.

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Integración democrática

Integración democrática

Vivimos una lucha muy compleja entre las diversas posiciones políticas. Se complica más porque las instituciones no son capaces de mediar en la resolución de los conflictos y que las organizaciones económicas y sociales no salgan a defender un equilibrio entre los poderes desestabiliza el escenario social. Carecemos de instituciones independientes que sean un equilibrio y la crisis económica desestabiliza agrava todavía más este panorama, laminando la confianza. No hay mensajes orientadores y los que llegan con más fuerza son aquellos que más desestabilizan. Estamos jugando con fuego.

Lo que está pasando en nuestro entorno no es un problema específicamente nuestro, sino que en cada zona del mundo se presenta de diversas formas. En nuestra escena política ha sido el independentismo territorial el que ha tenido hipotecada la gobernabilidad del país. Pero esto podría ocurrir con otros motivos y otros actores en otros lugares del planeta, porque si cambiamos la partitura oímos lo que ocurre en otros lugares y se asemejan. Se está viviendo un dilema entre los que tienen una visión globalista del proyecto político y los que tienen una visión patriótica.

En esta situación no se puede permitir que la sensación de desastre rompa el equilibrio entre el Estado y la sociedad, porque estamos demasiado tiempo en el pasillo de espera de las posibilidades. Las oportunidades que los ciudadanos y ciudadanas han dado a los políticos, desde una respuesta electoral, debe ser interpretada en clave social, y la responsabilidad es que no pase demasiado tiempo para salir del pasillo de las posibilidades a la plaza común de la convivencia ciudadana.

 

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El tiempo que viene configura grandes retos para España, dice Economistas Frente a la Crisis en su reciente declaración, y  las fuerzas de la reacción van a tratar -como ya lo están haciendo- que esta nueva fase del proceso de modernización de nuestro país descarrile. Hoy, como siempre, y en este momento de manera especial, un Gobierno progresista necesitará el apoyo e impulso de todas las fuerzas de progreso. La articulación del Estado de las Autonomías va a requerir, tras cuarenta años del desarrollo constitucional, nuevas lecturas que deben partir, igualmente, del respeto hacia la multiculturalidad y los lícitos deseos de cambios, siempre en el marco de la Constitución y con los instrumentos de la legalidad vigente.

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Desigualdades destructivas

Desigualdades destructivas

Nuestra sociedad se está rompiendo por las desigualdades y por la falta de respuesta a las mismas de los grupos progresistas, cuyo mensaje no llega. Frente al conservadurismo reforzado por los mensajes neoliberales más ultras, que prometen una defensa patriarcal de la sociedad, ha calado que es mejor vivir bajo el paraguas protector del padre estricto antes que en una sociedad progresista. Se ha reforzado la visión de una sociedad sin más salida que cerrar puertas y ventanas para que nadie entre en su casa, cercándola con centinelas para que sus muros no puedan ser asaltados. Es el miedo a perder lo poco conseguido, pero se interioriza frente a un discurso disperso y falto de mensaje directo.

El progresismo se ha perdido disertando sobre cosas que no son hoy en día vitales para una ciudadanía perpleja y atenazada, con un sistema político complejo y distante. Y con el agravante de que se ha alejado de la participación efectiva de una ciudadanía nada integrada en el sistema.

Las ciudadanas y ciudadanos no entienden lo que pasa y señalan a los políticos como el centro de los problemas que padecen, reforzando esta idea la falta de dialogo que constatan. Su voz, la voz de la ciudadanía, no se escucha, y solamente se la valora después de abrir las urnas, procedimiento democrático que se está convirtiendo en un arma envenenada. Y es que llevar a la ciudadanía a votar sin haber realizado un cambio de cultura de los objetivos que se precisan para progresar es un caldo de cultivo para que los populismos conservadores resulten atractivos con sus mensajes salvadores y sus himnos patrióticos, defensores de los valores de siglos pasados.

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Quienes creemos en el cambio social como un camino para la sostenibilidad del planeta somos culpables de no explicarlo de forma atractiva. Hay que explicar muy bien cómo se puede hacer y qué nuevos beneficios se obtendrían frente al abismo populista y neoliberal al que nos estamos abocando: una sociedad más desigual, destructiva de valores y radicalmente conservadora. Afrontamos el peligro de un gran paso atrás por el miedo a una sociedad abierta, y es que la dictadura algorítmica -en expresión de Marta Peirano- está siendo capaz con sus mensajes invisibles de transformar el pensamiento, el alma y hasta el corazón de una ciudadanía huérfana de mensajes convincentes. Porque mientras vivimos una situación de desigualdades crecientes nadie comprende lo que pasa y por qué pasa, porque nadie lo explica bien.

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La gran decisión

La gran decisión

El reto de la sociedad en estos momentos de complejidad es afrontar de cara y sin rodeos las pretensiones del neocapitalismo. Este aplica procedimientos para dominar nuestras vidas, que se someten a un guion trazado por el conservadurismo emergente, se apropia de nuestros cinco sentidos y nos roba el alma con sus algoritmos; neutraliza nuestros sentimientos y nos convierte en meros consumidores compulsivos abocados al nihilismo. En la concepción neocapitalista no importan ni el derecho ni el respeto a la integridad humana como sustentos de la libertad de los hombres y mujeres de este mundo, y se pretenden dejar de lado los derechos que la ciudadanía ha ido alcanzando desde el siglo XIX. Hoy trabajan en sentido contrario los think tanks de esa nueva cultura robotizada que transforma en mercancía nuestros deseos, vivencias y hasta nuestra propia dignidad.

Vivimos choques abiertos entre estos modelos de convivencia, y la disyuntiva está entre la libertad de mujeres y hombres o la servidumbre a un Sistema que vive en una sociedad liquida, dominada de facto por la inteligencia artificial. Lo más preocupante es que ello se vive desde la escuela atravesando todos los diferentes estadios de la vida, controlándonos hasta que dejemos este mundo.

Esta situación nos lleva al reto de plantearnos qué y cómo decidimos, porque la crisis de la democracia se ha instalado, y no hay que profundizar mucho para ver que detrás de tantas banderas y canciones patrióticas que las acompañan lo que hay es un despojo del sentido democrático y de los derechos de las personas. Nos están arrinconando para que las decisiones de los ciudadanos no lleguen, al igual que su autonomía de juicio y su libertad de acción. Estos nuevos mensajeros lo que quieren es erradicar a sus rivales en un choque de civilizaciones con el argumento de que “primero nosotros”. Y ha calado, llegando a confundir a la ciudadanía imponiendo miedo y vigilancia, tanto desde la seguridad personal como la de los datos. Pero se trata de una protección con la que se orienta las vidas de las personas hacia sus intereses privados, quedando ocultos todos los demás, que integran las decisiones de la gestión de lo público. Los asuntos decisivos para la vida pública quedan sin ver la luz bajo el falso proteccionismo del dato personal. Es el poder económico lo que está en juego, y nos enredan con criterios de la protección privada como explica Marta Peirano en El Enemigo conoce el Sistema.

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La lentitud con la que el Sistema va reaccionando para controlar a los que nos quieren dominar se puede ver con claridad en el último Informe GRECO, en el que se constata que la Subcomisión de Justicia del Congreso relativa al problema de la composición del Consejo General del Poder Judicial ha fracasado, al no eliminar la elección del turno judicial por parte de los políticos. Se ha perdido la oportunidad de subsanar lo que la ciudadanía sabe que es el Talón de Aquiles de nuestra judicatura: su politización. Y esto es solo un ejemplo del secuestro de nuestras instituciones, que distan mucho de ser independientes porque siguen en manos de los que impiden que lo sean.

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Tierra de opacidad

Tierra de opacidad

La Región de Murcia ha pasado de ser un lugar en el que todo se veía de maravilla y que respondía al mensaje de “todos ricos y felices”, votando un conservadurismo que garantizaba el futuro, a ser una tierra insegura donde una DANA ha aflorado el saqueo al que estamos sometidos.

En regiones próximas se activaron las alarmas con trabajos de periodismo de investigación, y se sacó a la luz del día la trama valenciana de la Gürtel, como hizo Castillo Prats al ponerla de manifiesto en su libro Tierra de saqueo. Aquí en la Región de Murcia, en cambio, hemos pasado de tener aguas cristalinas en nuestros espacios naturales, tierras sin contaminar y una economía con un crecimiento superior a otras regiones, a ser una región “necrofilizada”, en la que la imagen de una fauna marina sin oxígeno también se ha trasladado a la Sanidad, la Educación, los servicios sociales y la deuda pública regional. Hemos llegado a un proyecto agotado por culpa de un turbio y opaco sistema de gestión de lo público, sin criterio para controlar los límites de las actividades privadas, y por el desprecio a las instituciones de control.

Para la ciudadanía de la Región de Murcia era una pesadilla que se veía venir, una catástrofe que iba a llegar en cualquier momento. Faltaron políticas decisivas, con energía para adoptar medidas correctoras y abordar las soluciones. Todos los responsables hicieron dejación de sus funciones, y daba la sensación de que tenían más esperanza en un milagro que en su capacidad y su obligación como responsables públicos. El deseo de ver una solución natural regenerativa a la sopa verde y que nuestro maltrecho Mar Menor se recupera por su propia naturaleza nubló la visión, y se aparcaron otras medidas que no se querían asumir. La DANA llegó y arrasó, poniéndonos cruelmente a la vista lo que se ocultaba. No se quiso oír a los que dimitieron de las comisiones de expertos, ni tampoco se quería ver lo peligroso que era permitir una agricultura tan industrializada que era agresiva por sus fertilizantes en las proximidades de la laguna. Todo valía con tal de seguir permitiendo que nuestros productos frescos invadieran Europa. Y tampoco se quiso poner orden en un urbanismo feroz cuyos límites habían saltado por los aires en los años del boom inmobiliario.

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Debemos reflexionar sobre cómo desde una posición conservadora se ha practicado una moral distorsionada, porque no se entiende que quienes se supone que deberían escuchar el mensaje del Papa Francisco actuaran tan disparatadamente en contra de sus principios éticos. Con toda claridad Francisco ha manifestado en reiteradas ocasiones que “la corrupción no se perdona, porque se ha elevado como sistema, y es una manera de vivir” (…) “la corrupción no es un acto, sino una condición estructural que sostiene a un sistema injusto que destruye a las personas y a la naturaleza”. No se entiende que algunos atrapados en esa condición estructural de corrupción luego salgan en las Procesiones de Semana Santa. ¡Cuánta contradicción!

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