Desigualdades destructivas

Desigualdades destructivas

Nuestra sociedad se está rompiendo por las desigualdades y por la falta de respuesta a las mismas de los grupos progresistas, cuyo mensaje no llega. Frente al conservadurismo reforzado por los mensajes neoliberales más ultras, que prometen una defensa patriarcal de la sociedad, ha calado que es mejor vivir bajo el paraguas protector del padre estricto antes que en una sociedad progresista. Se ha reforzado la visión de una sociedad sin más salida que cerrar puertas y ventanas para que nadie entre en su casa, cercándola con centinelas para que sus muros no puedan ser asaltados. Es el miedo a perder lo poco conseguido, pero se interioriza frente a un discurso disperso y falto de mensaje directo.

El progresismo se ha perdido disertando sobre cosas que no son hoy en día vitales para una ciudadanía perpleja y atenazada, con un sistema político complejo y distante. Y con el agravante de que se ha alejado de la participación efectiva de una ciudadanía nada integrada en el sistema.

Las ciudadanas y ciudadanos no entienden lo que pasa y señalan a los políticos como el centro de los problemas que padecen, reforzando esta idea la falta de dialogo que constatan. Su voz, la voz de la ciudadanía, no se escucha, y solamente se la valora después de abrir las urnas, procedimiento democrático que se está convirtiendo en un arma envenenada. Y es que llevar a la ciudadanía a votar sin haber realizado un cambio de cultura de los objetivos que se precisan para progresar es un caldo de cultivo para que los populismos conservadores resulten atractivos con sus mensajes salvadores y sus himnos patrióticos, defensores de los valores de siglos pasados.

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Quienes creemos en el cambio social como un camino para la sostenibilidad del planeta somos culpables de no explicarlo de forma atractiva. Hay que explicar muy bien cómo se puede hacer y qué nuevos beneficios se obtendrían frente al abismo populista y neoliberal al que nos estamos abocando: una sociedad más desigual, destructiva de valores y radicalmente conservadora. Afrontamos el peligro de un gran paso atrás por el miedo a una sociedad abierta, y es que la dictadura algorítmica -en expresión de Marta Peirano- está siendo capaz con sus mensajes invisibles de transformar el pensamiento, el alma y hasta el corazón de una ciudadanía huérfana de mensajes convincentes. Porque mientras vivimos una situación de desigualdades crecientes nadie comprende lo que pasa y por qué pasa, porque nadie lo explica bien.

Vivimos una sociedad que está arrojando a la basura generaciones enteras de jóvenes con preparación y capacidades sobresalientes porque no han encontrado su puesto de trabajo. La descoordinación existente entre formación y necesidades del mundo laboral es, lamentablemente, cada vez más frecuente, y las personas viven sin opciones para ascender en la escalera social a pesar de sus estudios. A las desigualdades económicas de renta y riqueza se unen otras brechas: en el campo de la Educación, desde la Primaria hasta la Superior; en el acceso a las tecnologías y a los diversos dispositivos que hemos adoptado -y nos han impuesto- para vivir enganchados a las redes. Y sin olvidar que en todo esto no sabemos muy bien como encajar el cambio climático, las políticas de género, los conflictos de los que impulsan la violencia como salida, y por último los problemas de la migración.

Hasta hace poco, estas cuestiones parecían muy alejadas de nuestras vidas, pero ahora diariamente abren los telediarios. Las oportunidades que hace escasos años se consideraban un lujo, hoy son parte del consumo diario y se han convertido en necesarias para competir y sobrevivir. Si las analizamos, nos encontramos con que todas estas nuevas necesidades se encuentran tan enraizadas en nuestra vida, que mantener un móvil es tan necesario como comprar una barra de pan.

Esta crisis está provocada por la visión cortoplacista de los partidos políticos, que viven obsesionados por su poco margen de maniobra, y no pueden explicar sus políticas ni sus proyectos desconectados como están de esa ciudadanía ausente y cada vez menos interesada en participar.

Estamos en lo que se puede denominar en caída libre: en votantes, en afiliados, en apoyos sociales, y en la carencia de esa identidad común que con tanto acierto reclamaba Przeworski. Se vive más para los escenarios electorales, para los intereses fragmentados y para fomentar los desencantos ciudadanos sobre los cambios que la propia fragmentación política exige, presentando el diálogo y los acuerdos como un imaginario frankensteiniano que nos lleva al desastre. Se destruye la política para fortalecer la nueva visión de una dictadura algorítmica, porque ya con el control existente no se necesita la policía política: la Gestapo ha sido sustituida por el miedo a lo desconocido y todos nos hemos convertido en prisioneros de un mensaje del miedo.

La conclusión es que afrontamos un momento crítico, en el que la comunicación política se ha convertido en algo esencial. Los debates abiertos con las ciudadanas y ciudadanos son un camino abandonado que hay que recuperar, y los debates con la juventud son el principio de esta solución. Hay que abrir espacios en los que se hable sin miedo y sobre todo de los cambios que se tienen que producir y que si no anticipamos nos determinarán aún más. Para hacerlo no podemos empezar por arriba, sino desde lo local, con debates en cada municipio, en cada barrio, en los grupos de jóvenes, en los centros educativos, para que las personas jóvenes incorporen sus iniciativas en el diseño de su propio futuro. Hace falta una nueva ruta para mejorar las instituciones y adaptarlas a la realidad, porque de lo contrario, retrocederemos en el tiempo y en libertad. Si solamente nos dedicamos a lamentarnos, nos debilitaremos: hace falta una hoja de ruta para desbloquear todas las vías posibles hacia un futuro distinto.

José Molina

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