Es un hecho probado que la realidad social que más preocupa al común de los ciudadanos son las elevadas cifras del paro, pero la que más indigna y escandaliza es la ausencia de ética manifestada en demasiados profesionales de la política, muchos de ellos representantes elegidos por el pueblo. La noble y necesaria tarea de gobernar y representar a la ciudadanía está siendo corrompida hasta límites insoportables a beneficio del lucro personal de sus gestores, y se ha convertido en uno de los hechos más nocivos de nuestra sociedad a causa del daño moral producido, el deterioro de la credibilidad en las instituciones y el efecto llamada a corruptos en potencia. Medrar y enriquecerse es una aspiración demasiado frecuente en el mundillo político. Son muchos los que, buscando un enriquecimiento rápido, se inscriben en un partido enarbolando falsos ideales de colaborar en el logro de una sociedad más justa.
Que los españoles nos encontremos en un insoportable presente de inmoralidad en el ámbito de la política es en parte, desde mi punto de vista, consecuencia de la actitud de aquellos políticos que no han querido darse por enterados de las actuaciones de muchos de sus correligionarios. Mirando hacia otro lado han ninguneado la gravedad de determinados hechos para, finalmente, sumarse a la ‘fiesta del mangoneo’ cuando han podido. Y es que la ambición que anida en los potenciales corruptos puede más que el riesgo de ser descubiertos si finalmente acaban metiendo la mano.
Por si fuese poco, cuando estos delincuentes de guante blanco son imputados seguimos presenciando situaciones indignantes. A excepción de los delitos de sangre, la ciudadanía percibe que estos procesos judiciales son muy lentos, lo que propicia la prescripción de muchos de ellos. En otros casos las sentencias impuestas suelen ser, comparativamente, más benignas que las aplicadas a los reos de condición social más baja, siendo así que los de índole política son mucho más deplorables por su nociva repercusión social y la elevada cuantía económica de lo defraudado. “La ley está hecha para el ‘robagallinas’ y no para del gran defraudador”. (Carlos Lesmes, presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, partidario de reformar la Ley de Enjuiciamiento Criminal).
Aun siendo conocedores de ello, los electores no hemos sabido, o querido, negar nuestro voto a la organización política de nuestra preferencia, incluso a sabiendas de que su candidatura contempla políticos imputados o bajo sospecha, quizá porque no queremos reconocer la gravedad que realmente tiene la corrupción, no porque nos sea difícil encontrar otra opción en la que depositar nuestra confianza y nos viéramos abocados a votar en blanco, emitir voto nulo o abstenernos.
Muchos ciudadanos nos preguntamos cuál es la razón de este aluvión de hechos escandalosos. La respuesta debería ir precedida de una autocrítica a esta sociedad que hasta hace poco ha aceptado impasible el fraude, la evasión de impuestos y la apropiación de bienes comunes; una sociedad que no se llama a escándalo ante la doble contabilidad de muchas empresas que, a su vez, obtienen subvenciones o beneficios que no merecen; una sociedad en la que perviven y se practican el “amiguismo” y “enchufismo”, lacra que nuestra democracia no consigue desterrar. Corruptelas, lamentablemente, las hay por doquier.
Lo que realmente la ciudadanía demanda es, además de regeneración política, una regeneración social. Que todos los ciudadanos cumplamos y respetemos las leyes, que obremos con honestidad, integridad personal y solidaridad al servicio del bien común. Es un acierto que en el currículum escolar esté contemplada la formación en los principios cívicos que todos debemos conocer y vivir; son los relacionados con la ética, la integridad personal, el servicio, la solidaridad, la responsabilidad, el respeto al otro, la autoestima….A todos nos compete, particularmente a los padres, educar en los valores sociales que sustentan una sana convivencia. De así hacerlo estaríamos sembrando la semilla de ciudadanos más honestos y responsables del mañana. Falta nos hace.
Considero procedente finalizar este artículo haciendo referencia el fenómeno político Podemos, cuyos militantes han sabido recoger y canalizar la indignación y los deseos de cambio de gran parte de la ciudadanía, motivando, asimismo, que muchas personas, principalmente jóvenes, se interesen por el ejercicio de la política. Según vaticinan las encuestas de opinión pública, su posible triunfo en las próximas elecciones generales ha provocado un revulsivo en los tradicionales partidos hegemónicos que ya están promoviendo cambios en sus organizaciones. Las buenas expectativas electorales del recién llegado han motivado una campaña de desprestigio iniciada por algunos medios con la finalidad de fomentar el voto del miedo, estrategia que, por equivocada, más pudiera perjudicar que beneficiar a sus autores. Dejemos, pues, a cada formación explicar su posicionamiento y programa, y desde una información veraz, una conciencia crítica y en buena lid, que cada elector apoye al partido que más le convenza.
Emilio J. Soriano
Miembro de las Comunidades Cristianas de Base