Contra la arrogancia

La política ha ido sucumbiendo a la economía, por un abandono del “quehacer político” que resulta menos atractivo que convivir con los poderes facticos de las finanzas. Ese alejamiento ha dado como resultado un cambio en la convivencia con los ciudadanos, y facilitarse en el futuro entrada y salida por la puerta giratoria de los consejos de administración. Alterando esa convivencia, hemos llegado a un límite: “que los gobiernos representan más los intereses económicos-financieros, que a los de los ciudadanos”. Este resultado es una decadencia democrática, cuyos parámetros económicos tienen más importancia que los derechos. El soberanismo, ha escapado de las manos del ciudadano y ha sido secuestrado por los mercados, y los mercados dominan la globalización, porque solo necesitan a los ciudadanos cada cuatro años para mover la maquinaria electoral. Un juego peligroso, con un alejamiento arrogante del político con sus ciudadanos que resulta insoportable.
Una arrogancia que no es solamente política, producto de sus mayorías, sino que se sustenta con la arrogancia financiera, con los credos más radicalizados y con los grupos sociales más reaccionarios. Es la unión de todos aquellos que sienten el poder como propio, dominan los medios para confundir con mensajes a la sociedad silenciosa, e infunden sobre la burocracia un sutil control para perpetuarse. Se observa, como poco a poco, perdemos libertad.

Contra la arrogancia
Si hay acción, hay esperanza

Vivimos una libertad jerarquizada, y se ha dado carácter oficial a las desigualdades, individuales, sociales y territoriales. Solo nos queda disfrutar de la libertad privada, de puertas a dentro. Es la perversión democrática, porque sabemos muy bien, lo que es democracia, y sin embargo no percibimos con igual sensibilidad lo que “no es democracia” hasta que nos sentimos traicionados, frustrados de tanto engaño. La historia está llena de múltiples acontecimientos que así nos lo demuestran.
Debemos aprender bien cuáles son los valores democráticos, valorarlos y medirlos en intensidad, tanto de las personas, como de las instituciones, y conectarlos con una crítica sana, como forma de equilibrio entre las fuerzas desiguales que componen nuestra maltrecha sociedad.
Mantenemos una política de profesionales, monopolizadora de una mal entendida carrera política, que impide, porque le aterra, observar el protagonismo que se despierta en la sociedad civil con el deseo de participar, controlar y saber. Los ciudadanos quieren que “sus instituciones públicas” no estén bajo la sombra, sino bajo la luz de los focos, porque los acontecimientos nos han hecho perder la candidez ¿Y qué queremos? Queremos que la política sea estructurada por vía legal, como un servicio civil temporal, máximo dos mandatos, Y mientras esto no se consiga, seguir insistiendo, porque si hay acción ¡hay esperanza!

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