Una Administración sin ataduras partidistas

 

Se ventilan demasiados ceses de funcionarios en beneficio de los ‘cargos de confianza’. Tenemos que superar el ‘Sí, ministro’, ‘sí, presidente o el ‘sí, alcalde’.

En nuestro país, a diferencia de otros de nuestro entorno, la carrera funcionarial y la política están íntimamente ligadas. Por ejemplo, es difícil encontrar un país de la UE que cuente con tantos ministros-funcionarios como el gobierno de Rajoy, donde casi todos proceden de los escalafones públicos. V. Thomson, un clásico de la teoría de la organización, denominó esa forma de gobernar como ‘monocracia’, un sistema que genera toda clase de problemas porque concentra el poder en una única fuente de legitimidad. Las instituciones del Reino Unido abordaron este problema hace dos siglos y establecieron una regla de oro, que llamaron el ‘Public Service Bargain’, según el cual los funcionarios británicos no acuden a la carrera política y los políticos renuncian a nombrar, despedir o recolocar a funcionarios, salvo profesores y médicos. Así que cada uno en su función, con buen rollo pero sin doblegarse unos y otros. Existen muchos trabajos de investigación de la Universidad de Oxford y de la London School of Economics, que han estudiado este problema.

images Es un acuerdo muy clarificador en la función pública británica que pasó de ser una monocracia a una dúocracia donde convive una doble lealtad: la que corresponde al sistema y la que concierne a la reputación profesional para, de esta forma, hacer cumplir las normas con independencia, es decir, con garantía para la ciudadanía. Es el ejercicio de la neutralidad que, con el humor anglosajón, lo pudimos ver y leer en ‘Sí, ministro’, un buen texto publicado por Jay y Lynn que fue llevado a la TV británica.

En nuestro país, todavía estamos cesando a funcionarios, como ponen de manifiesto los recientes incidentes en la Agencia Estatal Tributaria o los ceses en la UDEF y en la Fiscalía, y tantas otras destituciones que se ventilan en detrimento de la función pública para beneficio de los llamados ‘puestos de libre designación’, o sea ‘de confianza’, los cuales se han alargado a escalas interminables. Rechazar un “recurso de reposición” a unas actas de inspección fiscal porque no aportaban nada nuevo y seguir reclamando la deuda tributaria de cientos de millones, es un deber que se ha castigado con un cese. Difundir los informes de los regalos de la trama ‘Gürtel’ se ha pagado con la misma moneda. Necesitamos una Administración Pública sin recompensas, sin deber favores, sin vivir la ansiedad funcionarial de los que son de un bando o de los que, siendo del mismo color, tienen lealtades cruzadas, como es el caso que se vive en los territorios autonómicos. Cuando hablamos de transparencia, y se legisla en ese campo, olvidamos, o intencionadamente lo marginamos, que donde pedimos claridad es en todos los actos administrativos. No queremos que, bajo un pacto político, algo quede sin ver la luz. Tenemos que superar el ‘Sí, ministro’, ‘sí, presidente o el ‘sí, alcalde’. Tiene que llagar el día, en donde tengamos una democracia sin truco y una Administración Pública más profesional, independiente. Las cosas, claras. Nos recortan derechos, partidas presupuestarias y servicios con el pretexto que no hay recursos. Además impiden que mejore nuestro sistema democrático, algo que no cuesta dinero. No se comprende. Percibimos que nuestras administraciones públicas son excesivamente monocráticas, porque en su gestión actúan al dictamen del que manda, obedecen al poder, sea el que sea, viven subordinados. Llevamos más de treinta años construyendo democracia, es la hora de tirar por la ventana el ‘sí, bwana’. La sociología de la organización requiere avanzar en este terreno de la transparencia y fortalecer la confianza en las instituciones, pero si no abordamos con crudeza y realismo lo que desde siglos no funciona, caminamos sobre la desconfianza. Y a nadie se le oculta que la desconfianza es el mejor caldo de cultivo para que crezca la corrupción. La casuística así lo confirma. Muchos manifiestan que es una batalla perdida y a quienes defendemos estas posiciones nos califican de angelicales altruistas. Es decir, nos descalifican. Y es que los poderosos están ejerciendo tal dominio de las ideas, que ha calado en la mentalidad ciudadana, aquello de ‘dejar las cosas como están’. Pero algún día el bando de los pillos será menor que el bando de los que honestamente pensamos en otros ideales. Publicado en el Diario La Verdad (Murcia/España) el 14.12.13

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