Al grano

Publicamos esta reflexión de Juan Luis Chillón, sociólogo, sobre cuestiones que no pueden dejarnos indiferentes. Una sociedad que no impide a los que aprietan el gatillo, es una sociedad de «aullidos».

“Atrévete, si eres hombre dímelo otra vez, anda empuja valiente…”. Son recuerdos de una adolescencia en la que el inicio de cualquier pelea como consecuencia de un desacuerdo, un insulto o determinada desavenencia, había un protocolo nada desdeñable, como sustento del calentamiento previo necesario para cualquier encuentro interpersonal ya sea de amor u odio.

El ritual, que siempre mantiene la idea de proceso orientado hacia el clímax, avanza paso a paso incrementando intensidades hasta la eclosión (“acción de abrirse el ovario para dar salida al óvulo” según el diccionario de la RAE), repitiendo formas, textos y complementos gestuales para posicionarlo en todo su valor.

Al grano

Sin embargo, los avances civilizatorios han superado todas las liturgias, los diálogos predefinidos y los signos y símbolos previos al encuentro o desencuentro final. Directamente se va al grano: una bomba en un mercado, el secuestro y muerte de tres jóvenes judíos, la respuesta quemando vivo a un adolescente del otro lado de la raya, de otra religión, otra cultura, otra raza…, al otro.

Ya me has empujado y ahora te vas a enterar. Misiles, tanques, ataques de aviación, piedras (en un claro desnivel en el terreno de los recursos), odio incrementado. La guerra como solución injusta a la injusticia, como instrumento absurdo e ineficaz de pacificación tras lo absurdo, como autoafirmación traída a cuento desde la verdad de padecimientos anteriores horribles. Solución para posicionarse sin posibilidad de compartir, sin reconocer, sin aceptar arreglos, acuerdos, un lugar de encuentro para una convivencia posible.

El escándalo es tal que todos nos colocamos de un lado, el más razonable a nuestro entender, o el que más nos gusta, tal vez porque sí, o en el lado que más se parece a mí mismo. Siempre las banderas y los bandos por encima de las personas, las razones y la posibilidad de convivencia.

Ante semejante situación los jefes de todas las tribus se reúnen para hablar y decir que así no, que matarse tanto está mal, que mejor hablar, dialogar, discutir, pero sin llegar a las manos, que a dónde vamos a parar y que todo conflicto bélico trae consecuencias perores.

Mientras los niños que han muerto, los jóvenes que asesinaron sin ton ni son, el chico quemado, con los ojos abiertos como platos, ojos sin vida, ojos pasmados, ojos que esperaban ver más veranos, más historia personal y de su pueblo; muchos ojos negros, castaños, algunos azules o de cualquier color, preguntan que por qué ellos y no la madre que parió (seguro que la pobre no tiene culpa) a los que aprietan el gatillo, a los que prenden fuego a un adolescente vivo, a los que dan las órdenes, a los que se juntan de todas las tribus para hablar sin hacer nada más.

 

Juan Luís Chillón

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