Disentir, una sana práctica

 

Desear ser parte del futuro social, es iniciar una marcha para no caer en la tentación fácil del desprecio a los otros, a los inmovilistas, a los que consideran que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”, porque ya no es suficiente la indignación, ni la protesta. Lo esencial es abandonar los viejos clichés y someter a revisión aquellos axiomas inspirados por la desigualdad y construidos por la supremacía del poder tradicional. Hay que eliminar los viejos consejos, las recomendaciones inútiles que han puesto en evidencia la falta de alternativas y la ausencia de imaginación. Sin ellas, un sistema no puede ser garante de su continuidad, porque carece de innovación, de futuro y de nuevas sensibilidades. Hoy solo buscamos lo más fácil, lo que ha sido probado y comprobado. Perdemos mucho tiempo en la búsqueda de consensos continuados con quienes son inaccesibles a los acuerdos, lo cual resulta fatídico para la democracia viva, porque si eliminamos la confrontación sana, hemos llegado al punto final de la política.

La función de la política nos recuerda Innerarity, es el disenso, que no excluye un consenso, pero teniendo muy claro, que el disenso es la regla y el consenso la excepción. Porque el consenso, es como el que camina hacia un horizonte, y como tal nunca se conquista, así nos lo recuerda Lyotard, para que sea un arco tenso que dinamice la estructura de la sociedad y la impulse a una comunicación en la vida política para luchar por la unidad, porque la consecuencia, no es otra, que la pluralidad en la vida política es como el caleidoscopio de la interpretación psicológica de la visión del mundo y su futuro.

Miedo y Libertad

Bauman nos dice, que en las sociedades liquidas, el único consenso que tiene alguna posibilidad de éxito es el reconocimiento de la heterogeneidad de los desacuerdos. Pretender otra cosa no es sostenible en nuestras sociedades de complejidad jerárquica. La democracia es una respuesta a la constatación de que en la sociedad existen diferencias legitimas que no son en última instancia resolubles. Luhmann nos anima a sustituir la unidad que muchos pretenden, el pensamiento único excluyente y uniformizador, por la oportunidad de entenderse, porque en política, es muy perjudicial pretender, buscar o imponer la unidad, la discrepancia es la esperanza para evolucionar hacia un futuro innovador.

De estos vaivenes, hemos aprendido, que ya no exaltamos esa visión de la política, sino que hemos pasado a la desafección política que, junto al descrédito personal de los políticos profesionales, ha alejado a muchos ciudadanos, favoreciendo con ello el fortalecimiento de una clase política rancia que no es capaz de ofrecer soluciones a los problemas sociales que cada día se agudizan y se hacen más insoportables. Hay que advertir que esa decepción, si se produce en el proceso democrático, puede reforzar el resurgimiento de nuevos impulsos, a veces indeseadamente explosivos, porque la desconfianza está en el origen de la historia de nuestras instituciones. Lo que ocurre en ocasiones, es que los tipos de liderazgo político no coinciden con las exigencias que demanda la ciudadanía, y es cuando surgen las tensiones por la falta de democracia, que hay que vivirlas sin dramatismo ni abatimiento.

A la ciudadanía no le da todo igual y tampoco es cierto que no le interese lo que sucede entre la sociedad y el poder político. Lo que ocurre, es que el secuestro de la participación, la falta de transparencia y la ausencia de la rendición de cuentas, unido a muchas, reiteradas e interminables prácticas corruptas, nos dan como resultado unos indicadores poco alentadores; y la opinión de la ciudadanía es mayoritariamente negativa según las últimas encuestas porque el grado de participación efectiva que se le permite es muy poco representativo, diría, que casi un postureo de los que se les llena la boca de hablar de lo que no creen. Y lo afirmo con tristeza, porque la política debe situarse en otro ámbito de competencias para solucionar entre todos las situaciones sociales que la globalización por un lado y la complejidad social por otro, nos retan día a día.

Por eso, no esperemos la solución de “los salvadores”, sino que la solución nos vendrá de la confrontación pacífica entre los profundos problemas sociales y una iniciativa armónica solucionadora de conflictos, en la que  las desigualdades sociales disminuyan realmente, y en la que el establishment no gobierne a sus anchas, como ha dejado patente Owen Jones en su estudio.

Lo que no existe hay que inventarlo, afirmó Voltaire. Y en el campo de las propuestas e iniciativas nos encontramos con una ciudadanía muy informada, muy madura, cargada de ideas renovadoras, con espacios vivos de debate, con propuestas de procedimientos y con muchas posibilidades abiertas. Todo eso, que está percibido, hay quien lo quiere introducir, a la fuerza, por ese túnel en el que han convertido los Portales de Transparencia, para que se alimenten del pienso que ponen en la mal llamada “publicidad activa”, en la que, aprovechando las posibilidades de las nuevas tecnologías aplicadas de forma que resulte disuasoria la incursión a esos “mostradores” de saldos, envuelven en ese instrumento controlado y fácilmente manipulable de un derecho a saber cada vez más limitado por los que solo desean contabilizar visitantes con “me gusta” y conseguir aparecer en puestos relevantes de los ranking.

Por eso, me he comprometido en impulsar, como garantía de nuestra libertad, las energías que bullen en los movimientos sociales, en convivir con la inseguridad para desdramatizarla y para buscar todas las oportunidades para conquistar y acelerar la llegada de ese futuro que nos legitime en el compromiso social.

Por ello, no entiendo el disenso y la confrontación de propuestas como algo negativo, sino como un medio para interpretar las nuevas posibilidades, con sus soluciones. Rechazo la descalificación del discrepante, al que doy la bienvenida si viene de frente y por derecho, porque el futuro indeterminado tiene un carácter institucional, que es la constatación científica o de lo que se puede llamar una exigencia ética.

A modo de conclusión, puedo afirmar por experiencia propia, que cuando el que tiene que ser controlado, invade, anula, bloquea sistemáticamente o entorpece las funciones del controlador, convierte al sistema público en instrumento viscoso, corrompido y degradado; en algo unilateral y obsoleto, porque rompe el proceso de los equilibrios y de los contrapesos, de los acuerdos y hasta de los disensos. Esa forma de actuar nos recuerda momentos negros de nuestra historia no lejana aún, y se pretende justificar con argumentos que no presagian nada bueno.

Es nuestra obligación sacar una enseñanza de los hechos para no caer en las trampas que suponen aceptar los conceptos que defiende una mayoría triunfante que no está dispuesta a ceder el poder, intentando reclutar aliados. Y son conscientes de ello pues esa mala conciencia se percibe en cada titular espectacular, en cada presentación triunfal y al ofrecer al ciudadano una interpretación incoherente del mundo que nos espera. Hoy debemos centrarnos en el conocimiento de las formas de conquista de los nuevos valores que nos identifican personalmente y colectivamente. Tengo una esperanza razonable que con la juventud más activa cambiará nuestra suerte.

 

José Molina Molina

Publicado en:

La Verdad. Catalunyapress. Digitalpress. Galiciapress, Nueva Tribuna de lo Publico

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