José Molina
La Economía y la Política no nos son ajenas. Los ciudadanos y ciudadanas formamos parte esencial en su juego de intereses, porque son el lugar donde nos la jugamos, y mucho más que otros actores del Sistema. Se trata de un juego en que se actúa con estrategias y leyes, con las formas de ganar o de perder, con las formas de consumir, y con las formas de actuar con libertad día a día: en la Economía y la Política se decide y se valora si se cumplirán o no nuestros deseos.
Erich Fromm afirmaba que el Sistema produce seres humanos enfermos para tener una Economía sana. Y eso nos recuerda a los mensajes que ahora estamos viviendo con los que a toda costa quieren correr demasiado para levantar limitaciones en favor de una economía poniendo en peligro la salud pública.
Observando los objetivos de algunos políticos podemos afirmar que no han aprendido nada de lo que esta crisis está enseñando. Esta crisis ha venido a poner en evidencia cual es nuestro propio bienestar como seres humanos. Y esos que solo piensan en los bienes materiales, la satisfacción y el consumo, parece que no han tenido en cuenta que, durante las etapas de gran euforia económica, se consumían más ansiolíticos que ahora que estamos encerrados. Estamos alimentando lo que ya está más que demostrado: que el dinero no da la felicidad, que la felicidad la alimenta el crear valores y ser capaces de mirar dentro de nosotros mismos.
Dentro de nosotros mismos está el yacimiento de conocimiento que nos permitirá proyectarnos a un nuevo futuro: un nuevo futuro que desarrolle una actividad económica sensata con objetivos sociales alcanzables, que potencia el empleo estable en sectores viables para no caer en la trampa del cortoplacismo. La Covid-19 está desmontando muchos mitos, pero nadamos a contracorriente, porque estamos en una sociedad que privatiza todo lo que puede, poniendo precio a todo con el fin de que los grandes grupos económicos aumenten su dominio y riqueza.
Frente a las tendencias privatizadoras, María Mazzucato nos advirtió sobre el papel de Estado en el cambio tecnológico y organizativo como garantía para el crecimiento sostenible y equitativo en el largo plazo. Y recordó también que detrás de cada revolución informática está la inversión pública: Internet, las pantallas táctiles o el Siri se inventaron desde iniciativas públicas. Lo público es lo que ha servido de palanca para mover proyectos, y ahora que por necesidad lo estamos recuperando, debemos evitar que sea pasajero. La Covid-19 nos debería abrir ojos y mentes para ver los argumentos a favor de la inversión pública como motor para la innovación.
Pero nada es fácil ni ocurre por casualidad. El esfuerzo innovador y el espíritu emprendedor, factores claves para el crecimiento, serán posibles siempre que sepamos unir tres factores: financiación pública, visión de futuro para las tecnologías verdes y capacidad para aprovechar las crisis para dar cabida a empleos innovadores según nuevas funciones del trabajo. Tres aspectos que no tienen nada que ver con los planes alocados de reconstruir lo mismo, actividades caídas por no ser consistentes con la nueva situación del planeta.
Además de salvar el planeta, olvidamos que salvamos la Economía. Que menos CO2 es mejor naturaleza y más salud, como ahora se ha probado. Y que menos contaminación es buscar salidas frente a los que proponen seguir destruyendo el medioambiente. Olvidamos que la tendencia a la concentración en ciudades nos va a llevar a que en 2050 el 70% vivirá en grandes urbes, y que en ellas es donde más fácilmente se desarrollarán los virus del futuro. Los retos son, por tanto, nuevas ciudades, nuevas formas de vivir, de consumir, de trabajar, de financiarnos y de relacionarnos, con una movilidad más adaptada a nuestra forma de vida y una visión permanente de innovar en todo lo que nos rodea.
Para esos retos necesitamos un cambio similar al de los países nórdicos, que pasaron de una economía de explotación a una economía muy basada en las tecnologías, y cambiar a una nueva política fiscal para aumentar los recursos públicos -en unos doscientos mil millones- y así redistribuir el bienestar. Los resultados en los países nórdicos lo hicieron sin miedo y hoy están a la cabeza de la percepción de bienestar y felicidad según la Encuesta de la ONU.
Como ciudadanos de una de una sociedad libre tenemos el deber de mirar críticamente a nuestro mundo, y actuar en consecuencia si creemos que algo está mal. Como dijo Marx, de lo que se trata no es solo de interpretar el mundo, sino de transformarlo.
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