¡Inmoralidad!

Lo que hoy puede parecer un derrumbe debemos transformarlo superando viejas querellas. Solo necesitamos, claridad de ideas, voluntad y mucha moral pública: una meta factible y, desde luego, absolutamente exigible.

La devastadora crisis financiera, ha desatado los demonios disolventes de la convivencia social. Algunas normas del Gobierno, con evidentes lagunas legales y constitucionales, son impuestas a ritmo de ordeno y mando. Parece, como comenta Ontiveros, que hasta los dioses están locos. Tardamos demasiado en las decisiones y no buscamos los apoyos políticos. Nos pierde la soberbia. Tal conglomerado ha llegado a minar la confianza de los inversores internacionales, pero también la de las familias y empresas españolas.

No es hora de derramar lágrimas sino de defender los derechos. Y, como en toda democracia, en esa defensa se puede discutir el cómo, el cuánto, y a quién. En principio, por el solo hecho de tener el poder no se tiene la razón y sí un mando transitorio que, aunque legítimamente emanado de las urnas, no es patente de corso para tomar decisiones, cuesten lo que nos cuesten. Ya las últimas encuestas dicen que un porcentaje de votantes están pidiendo la devolución de su voto. Algunas democracias tienen procedimientos de retirada de la confianza, cuando en vez de aplicarse el programa defendido en unas elecciones, se desarrolla un programa oculto que desconocía el votante. Ese fraude postelectoral tiene una condena en democracia: la repulsa del candidato ganador y la posibilidad de declararlo políticamente indigno, por cometer el mayor pecado del gobernante: engañar al ciudadano.

 

Crisis financiera

Sin embargo, y cada día, desde muchos medios públicos de comunicación se pretende  convencer de que los responsables de estos ‘trapicheos’ no son ellos sino los mercados, la indefinición de una Europa aún desestructurada y un BCE que, con la sartén por el mango, nos da en la cabeza hasta que digamos la palabra ‘rescate’ e imponiendo, como correctivo, que la escribamos varias veces y en diferentes idiomas. Las últimas declaraciones de Draghi, Monti y nuestro ínclito Rajoy, son todo un poema y una despedida de felices vacaciones…. a los que puedan tomárselas, claro, que ya se sabe en qué grado de precariedad se halla una cuarta parte de la población española.

El balance del semestre ha constituido un acto egocéntrico, con la etiqueta ególatra de un presidente de comportamiento triste y grotesco que configura una situación de inmoralidad pública, después de un histórico de oposición destructiva que solo tenía el objetivo de derribar al contrario, sin importarle, a veces, que sus imprudencias opositoras constituyeran un peligro. Lo importante era entrar con facilidad en la fortaleza del poder (“que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros” llegó a decir Cristóbal Montoro). Y ahora que la tienen resulta que carecen de un plan de reconstrucción. Esa irresponsabilidad les corroe y los mercados no parecen muy conformes con las explicaciones. Parece como si le recordaran lo de que ‘Roma no paga traidores’.

Vivimos una pesadilla nacional, la sociedad civil está en sus momentos más críticos porque no está siendo bien recibida la forma con la que se toman las medidas que afectan a los ciudadanos, a los municipios y a las autonomías. Cada viernes de este verano estaremos vigilantes para ver la sorpresa que nos depara. Olvidamos que tenemos saber, experiencia, expertos y herramientas para salir de esta depresión. Krugman nos recuerda que lo que bloquea esta recuperación es la falta de lucidez intelectual y de voluntad política, actitud esta última cuyo impulso es tarea de todos los que ejercen parcelas de influencia en la sociedad civil, haciendo lo que cada uno esté en su mano para remediar esta carencia. Quedarnos quietos, conformistas o fatalistas, sin adquirir un compromiso, es una inmoralidad. Debemos emplear todos los medios a nuestro alcance para crear puestos de trabajo, una decisión que tiene que ir acompañada de proyectos empresariales, para los que se precisa una actitud financiera y política que empuje y que no siga destruyendo más la economía real. Porque ha llegado el momento de contar todas las verdades de esta ‘Gran Depresión’. No podemos quedarnos con los relatos oficiales oídos en el Congreso o las imputaciones de los que pasan por los juzgados.

Ulrich Beck, profesor de la London School of Economics, nos recuerda que cuando pasamos a una sociedad de riesgos, quedamos marcados por una inseguridad endémica, y convierte a la utopía neoliberal en una especie de analfabetismo democrático, porque el sistema solo busca rentabilidad, con un déficit cero como bandera. Esto que hoy puede parecer un derrumbe debemos transformarlo en un nuevo modelo, superando viejas querellas. Así, sin que nadie se rinda y ejerciendo nuestro propio control, cambiará la sensación en nuestras vidas –que hoy las vemos arruinadas– porque lucharemos por el objetivo de superar la situación de depresión social. Solo necesitamos, claridad de ideas, voluntad y mucha moral pública. Son metas factibles y, desde luego, absolutamente exigibles.

José Molina Molina es Doctor en Economía,  Sociólogo y Miembro de Economistas frente a la Crisis.

Publicado en el diario La Verdad (Murcia/España) el 9 de agosto de 2012

 

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