Falsedades

La moneda no pertenece al príncipe, sino a la comunidad, decía en su tiempo (siglo XIV) Nicolás Oresme, lo esencial son los vínculos que unen a los pueblos, porque de la incomprensión a la desconfianza solo hay un paso, es el momento cuando todos sospechamos de todo y de todos. Gobernar desde la desconfianza, y más desde la desconfianza en la vida económica, no tiene largo recorrido.

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La forma de gobernar, es de vital importancia, y la solidaridad, no hay que fomentarla sólo cuando se producen catástrofes naturales, sino que tiene que estar presente en los principios de un buen gobierno. Por eso cuando olvidan los gobernantes los principios esenciales, es cuando aparece un Estado desfalleciente”. Un Estado que se desintegra, porque al monetizarlo todo, la desafectación ciudadana en la política es consecuencia de estas malas prácticas. Hemos pervertido la esencia  del Estado, y sólo nos queda su moneda, y no es de extrañar que desde la ausencia de la solidaridad, se quiera un “nuevo Estado con otro príncipe y otra Ceca”. Si perdemos las cosas en común, y contamos y medimos, como mercaderes de ideas, pronto arriamos la bandera, para levantar barricadas que nos separen de regiones, de etnias, o de cualquier otra creencia.

Vivimos en una falsedad de ideas, de cuentas públicas o privadas, con muchas diferencias, y con un mapa de ruta preestablecido desde instituciones de fuera que sólo persiguen el déficit público aunque se cierren escuelas, hospitales o centros de dependencia, se desahucian viviendas, y se vive de los bancos, pero de los de alimentos, con un estado de miedo, porque peores medidas se pueden poner, por asombroso que parezca, y nadie dice: ¡Estamos aún a tiempo de salvarlo todo!

Muchos de los males que padecemos son producto de una deficiente gestión del gasto público, pero seríamos muy ingenuos si ignoramos los peligros igualmente graves de los orígenes privados. Y un tercer factor: el peligro electoralista, nos venden con facilidad proyectos con la pretensión de modernidad y crecimiento del territorio, sin oponernos hasta desgañitarnos, denunciando, que los que ofrecen proyectos financiados sin recursos, con deuda, son los peores embaucadores que puede tener una comunidad de ciudadanos.

Es fácil desplazar los debates, y hemos consentido, a pesar de las protestas, que la culpa caiga sobre las retribuciones de los funcionarios, los jubilados y los gastos en dependencia, cuando nuestros problemas proceden de la hipertrofia del sector bancario, el estallido de la burbuja del crédito y las decisiones de apoyo financiero que recibieron los gobiernos para financiar proyectos manifiestamente insostenibles, que por desgracia los tenemos físicamente presentes, y con incapacidad de funcionar, de autofinanciarse y hasta con evidente inutilidad, cuando muchos terrenos se expropiaron por “utilidad pública” con manifiesta perversión del lenguaje.

La obsesión enfermiza de los que llegan a la política para ser “arquitectos, ingenieros o promotores” de esperpentos, deben ser juzgados con dureza por sus ciudadanos, porque encubren bajo una capa de modernización y desarrollo, los más bajos instintos de expolio. No merecen ni ser juzgados, sólo el desprecio y su alejamiento, y prohibir a tanto enfermizo, su obsesión de grandeza y enriquecimiento. Precisamos reglas y sanciones, pero los ciudadanos no debemos renunciar nunca a nuestra obligación de ser coherentes y para ello tenemos que tener plena conciencia de ello. Los guardianes permanecieron silenciosos, sumidos en su indolencia, y los ciudadanos víctimas de una ilusión. Aprendamos de los errores, cambiemos la guardia, y no nos dejemos embaucar con tanta facilidad.

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