Gestionar una región

Cuando una región ha experimentado cambios en sus estructuras de población, como es el caso de Murcia, parece lógico que se incrementen las demandas ciudadanas que son, precisamente, las que deben señalar las directrices de una nueva política, dado que los citados cambios de estructuras afectan a necesidades y desigualdades que reclaman una solución, una respuesta adecuada que evite el bloqueo de las aspiraciones de quienes vivimos en este territorio.

Observamos con preocupación que las respuestas oficiales no son suficientes, ni están coordinadas con las demandas sociales del momento. No se constata que construyamos una región con futuro, más bien cada cual está construyendo su pequeño ‘reino’. Regresamos al pasado, cuando cada cabila mandaba en los suyos o, como dirían desde el bando cristiano, se hace política de campanario.

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Necesitamos una política activa y de buenas prácticas con las que, sin partidismos, se busque la excelencia de una nueva estrategia de forma que cada uno aporte lo ‘mejor de su casa’. Sin embargo estamos tropezando con la miopía de las haciendas estatal, regional y local. Cada una por su lado desarrolla un sistema reduccionista. Han congelado tanto el gasto que se ha petrificado la visión de futuro, anulando la ilusión por trabajar para una nueva región que recupere sus impulsos.

Hay demasiados interrogantes pero nadie responde a las preguntas clave y solo se oye un discurso grandilocuente, vacío de contenido, asegurando que todo llegará. Pero no se pone fecha cierta a nada, se juega al escapismo. Al compromiso que piden los ciudadanos –qué menos– se responde con la ambigüedad.

Hasta aquí un breve comentario, al que sumo un deseo: que se den respuestas a los problemas que tenemos porque no queremos vivir de fantasías, sino pisar tierra, obtener compromisos concretos, sin dilaciones ni desplazamientos, para pensar entre todos que la Región puede tener arreglo. Pero si los que nos gobiernan se ocupan en saber dónde van a estar mañana, desde la calle pensamos que si no hay respuestas a las necesidades ciudadanas, sí hay un desgobierno. Con tanta tormenta sobrevenida alguien ha perdido las cartas de navegación.

Los navegadores nos señalan que hay que cuidar que no se deteriore la estructura productiva, las redes que la configuran, su interacción entre los sectores económicos, aprendizaje adecuado y una innovación continuada, funciones éstas que principalmente se desarrollan en las comunidades locales. Por eso no entiendo cómo se olvidan estas cosas tan esenciales y tomamos la dirección opuesta atacando el desarrollo del municipalismo.

Hay que pensar que no habrá los crecimientos rápidos, pero el desarrollo lento tiene más seguridad y deja una mayor capacidad de adaptación a las alteraciones de la economía, no es tan dependiente de los efectos externos y, sobre todo, garantiza mayor supervivencia. Las ciudades tienden a especializarse y los gobernantes deben coordinar que esa especialización crezca en equilibradamente en términos de población, conocimiento y espacio. Sin especulación.

La política tiene una misión muy clara: coordinar los recursos públicos y privados disponibles y eliminar obstáculos –hoy son excesivos– para ser útiles en este proceso dinámico que propugnamos para recuperar el legado industrial. Hay que tener un grado de sensibilidad ante esta crisis, y no apoyar por empecinamiento proyectos convulsivos y compulsivos por la prisa en crecer. Ya no hay periodos de crecimiento rápido, son tiempos de incertidumbres y los objetivos de las economías locales y regionales deben coincidir. Para ello, nada mejor que explicarse bien claro con un compromiso con los ciudadanos, cumpliendo y rindiendo cuentas de los proyectos.

José Molina Molina. Doctor en economía y sociólogo. Publicado en el Diario La Verdad (Murcia 30/11/2013)

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