Votando otro modelo


En estos días los ‘curanderos de la política’ nos han recetado de todo, menos el aceite ricino… que lo tienen en la reserva

El legado democrático es como la parábola de los talentos: nos impulsa a la moral de la inversión, unida a una moral de la libertad. Es momento de reflexión, tiempo de pensar. Nuestra libertad es talento y no la debemos atesorar como escudo defensivo ni para ir contra el sistema, sino para hacerla fructificar. ¿Cómo? Siendo creadores. ¿De qué podemos ser creadores? De una nueva política, una nueva economía y una nueva cultura de integración.

Una nueva política que tenga por principio el buen gobierno de las instituciones, que sea transparente y sitúe al ciudadano en el centro de la diana a la hora de decidir, de priorizar el gasto, controlarlo y rendir cuentas. De esta forma cambiaremos muchas de las contradicciones del sistema que solo incitan a radicalizarlo todo. Por eso queremos leyes y normas constitucionales que den preferencia a la participación real de los ciudadanos en la vida pública. Deseo una nueva forma de entender la libertad, personal y socialmente, para romper el círculo vicioso del espectáculo y las ofertas de mercadillo. Deseo que el ‘príncipe’ moderno, es decir, la voluntad popular, sea el consenso maduro de su ciudadanía, la cual es la ‘revolución’ democrática por excelencia. Es lo contrario del dominio del ‘establishment’ que con tanto acierto nos ha descrito en su reciente libro Owen Jones.

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Una nueva visión de la economía, que mejore a las instituciones, porque no podemos crecer si la base que soporta nuestro desarrollo está viciada, es opaca, está controlada por una minoría dominante, mientras que los organismos que lo tienen que vigilar están politizados o son controlados por fuerzas invisibles, que dominan los mercados, cuyo origen no es democrático. O sea, nos gobiernan unos pocos que no hemos elegido.

Como nos aconseja el profesor Ha-Joon Chang, de la Universidad de Cambridge, hay que hacer el esfuerzo de buscar a todos los niveles cuáles son las instituciones necesarias o beneficiosas para cada espacio, empezando por las de la vida local y regional, para luego exigir cambios en otras de más calado institucional, pero comencemos arreglando ‘la casa propia’ cuya economía la tenemos en mal estado.

Una economía que no ha resuelto ninguna de las causas principales de la crisis: cuentas lastradas sin sanear, un mercado inmobiliario desestructurado, un endeudamiento de particulares y empresas excesivo, una reindustrialización sin abordar y, por si fuera poco, un sector financiero inmerso en complicadas reformas. Lideramos el paro; los salarios, estancados; recortes sociales y, lo peor: la ideología de libre mercado que ha impregnado nuestras sociedades en las tres últimas décadas es tan fuerte que, inexplicablemente, muchos ciudadanos votan a los políticos que los perjudican o a los que gestionan con despilfarro y ocultan sus malos resultados. El ciudadano tiene que empezar a comprender que el ‘libre mercado’ no tiene nada de ‘natural’ y que lo importante es un sistema económico que garantice puestos de trabajo y calidad de vida.

Una cultura integradora es lo contrario a una cultura conservadora. Necesitamos progresar, apelar a las capacidades creativas de la mayoría de los seres humanos. Y lo precisamos como una inversión, como una nueva apuesta, no como una protección. No quiero una integración porque tenga miedo de los demás, sino porque deseo buscar ese futuro donde todos seamos más libres, más comprometidos, más participativos. Donde el problema no sea qué hacer, sino qué crear. No deseo una cultura finalista, sino una cultura que nos haga más ciudadanos y nos redescubra lo bueno de cada uno.

Por eso precisamos impulsar oportunidades, invertir en conocimiento, porque sin capital humano no hay coherencia social para avanzar económica y socialmente. Atrás quedó el tiempo de las recetas. En estos días los ‘curanderos de la política’ nos han recetado de todo, menos el aceite ricino… que lo tienen en la reserva. Con su grandilocuencia, nos han solucionado la vida  sin pasarnos factura, nos han pedido un ‘voto blando’ sin explicarnos los avisos que desde Bruselas les han dado.

Hay que abrir los ojos, observar las falsedades y comprobar que no es posible dejar que cada día sea más falso que el pasado. Apelo a la responsabilidad, a la participación, al cambio, a trabajar por la transformación de cada ciudad para construir un nuevo Estado. Porque cuando en nuestro interior reflexionamos, cuando examinamos el balance de resultados, no precisamos discursos: cantan los hechos de lo que han recortado. Y es en ese momento cuando el pensamiento libre de cada ciudadano podrá  ir más lejos del horizonte que nos han dibujado.

Nos separa el abismo del privilegio, la idolatría del mercado, la auto-absolución de sus errores y el ‘tranquilizante’ desprecio con el que nos hablan de ‘nuestros problemas’, que seguirán siendo nuestros porque no están en sus cabezas ni en sus programas. Tenemos que escapar del perverso sentimiento de impotencia porque, hoy, la historia somos nosotros, los ciudadanos votantes. Podemos hacer historia porque todos, podemos salir de la impotencia, superar la indignación y asumir con fe, el credo laico de la democracia. Y es que tú, querido lector, con tu voto decides hoy tu propia existencia.

José Molina Molina. Doctor en Economía, Sociólogo y Miembro de Economistas Frente a la Crisis.

Publicado en el Diario La Verdad el 24/5/2015

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