Como dice Peter Hall, precisamos un cambio. La crisis actual está arrastrando a los gobiernos a políticas económicas de dudosos resultados y está convulsionando la relación entre lo político y lo privado que provocan un impacto por la supervivencia de las personas, su hábitat y el sostenimiento del status. Todo un desafío. En esa tensión, y aprovechando la debilidad de estos momentos de caída histórica, se mezclan cuestiones muy debatidas que se cuelan en los escenarios de las políticas de los gobiernos: el debate permanente de más Estado o menos Estado.
De aquel papel esencial que se reclamaba al Estado al inicio de la crisis [ver el comentario titulado ‘Redesigning globalfinance’, publicado por ‘The Economist’ el 15/11/2008, en el que se pedía un cambio de modelo] hemos pasado a los actuales diseñadores de las políticas gubernamentales quienes propugnan la privatización de los servicios esenciales, (Educación, Sanidad, pensiones, asistencias sociales….) con la pretensión de acabar con las posibilidades de una prosperidad compartida. La crisis nos ha llevado a pensar descaradamente en el hoy. Sólo se puede hacer aquello que permita la capacidad del momento, no hay una visión social, es el credo de “la regla de oro”, que nos ha encadenado para el futuro.
Por otro lado, se observa una opulencia, que constituye una erosión social. Estamos atrapados por las fuerzas ocultas que nos dominan y que no son ajenas a todo el proceso de su entorno. El mismo Estado está en conflicto y ha trasladado a las esferas supranacionales sus propios conflictos, universalizándolos y generando un desconcierto en las instituciones. La situación en la ‘Vieja Europa’ es producto de esta generalizada erosión corrosiva.
Los intereses privados, la tensión por el corto plazo, está socavando el papel de los gobiernos y el de los bienes públicos. Para cambiar, para encontrar ese nuevo camino, se precisa de una motivación popular que empuje y lidere tales deseos, los cuales hay que buscarlos involucrando a los ciudadanos activamente para conseguir que los nuevos conceptos de prosperidad económica se entiendan socialmente y su comprensión esté al alcance de todos los ciudadanos. O la hacemos compartida o no hay prosperidad para todos. El individualismo y la inequidad del sistema son los que nos han abocado a esta crisis. Saldremos de ella cuando nos liberemos de la pesada carga del egoísmo y de la desigualdad.
En mi opinión necesitamos de un nuevo espíritu de cooperación, un esfuerzo compartido, una acción participativa, que implica una nueva gobernanza. No se puede exigir esfuerzos a los ciudadanos sin dar a cambio las parcelas de poder que hacen más llevadero los sacrificios de los recortes. Los gobiernos pretenden pedir sacrificios, para liberar a cada uno individualmente de su negativa situación. Pretenden eliminar el paro, pero están enfrentando a los desempleados con los que tienen trabajo, imponiendo unas medidas desafortunadas. Y presentan a los sindicatos como si fueran culpables de la falta de creación de empleo. Juegan como si de un patio de colegio se tratara, soltado el balón para que corran y peleen, mientras deciden el futuro de una sociedad sin rumbo.
En este conflicto de intereses, el Estado está siendo víctima de sí mismo. Las limitaciones del crecimiento económico, en vez de ser una oportunidad para un rescate hacia una nueva economía, por la dependencia de las fuerzas de los mercados están siendo víctimas de sus propios dogmas. Porque poner a flote la economía es cambiar el sistema y la gobernanza y para ello, tenemos que buscar horizontes con más libertad y más democracia. Sobran policías y faltan educadores. No queremos vivir más represión. La crisis nos dará la oportunidad de cambiar. No la desaprovechemos.
José Molina Molina es doctor en Economía, Sociólogo y Miembro del Círculo de Economía
Publicado en el diario La Verdad (Murcia /España) el día 29/2/2012
