Rebelión contra el silencio

No tengo miedo, porque el miedo y el temor siempre han sido los mejores aliados del poder para imponer a los ciudadanos una atmósfera sutil para blindarse frente a la contestación social. El miedo anida en el cerebro de los ciudadanos para quebrantar su resistencia, es el pánico a sentirse señalado como disidente, es como dice el diccionario “una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo”. El miedo se ha convertido en la mejor arma de dominación, lo saben los mercados, lo practica la troika, y nos lo recuerda Rajoy: todos en casa, quietos y sin calentar las calles y plazas.

Nos recuerda el sociólogo alemán Wieviorka, que en las situaciones de crisis, los ciudadanos están cansados, y las dificultades para sobrevivir rebajan la moral. No se entiende lo que está pasando y se actúa a la espera, aunque no se sepa muy bien que se espera, y precisamente, esa espera, es el mejor caldo de cultivo para el resurgir de  los fantasmas de los neofascismos en el mundo.

La crisis del 29 impidió pensar, y cuando la sociedad quiso reaccionar, se encontró con la noche de los cuchillos largos. El miedo al rescate, nos ha invadido y hasta la poderosa Merkel, tiene ahora miedo a no sequé contagio. Se vive en un ambiente de inseguridad, porque la crisis de las políticas, el desastre social y los problemas de la economía con un multiplicador constante de desgaste contaminante, se han convertido en enfermedad social, que demuestra como afirma Tony Judt que algo va mal.

Todos contra el silencio
Que nadie se apropie de tu silencio, opina y actúa

Tan mal, que un soporte social de equilibrio, como son las clases medias, han sido barridas de la esfera social, porque ahora solo importa que el 99% reme en la dirección que el gobierno indique, para salvar al 1% sin dar explicaciones, las naciones se someten a los criterios e imposiciones de lo que dictamine la mano de hierro de los mercados que está por encima de las leyes y de los gobiernos. ¡Qué equivocados están los independistas catalanes! Piensan que solos estarían mejor. Y aunque no les guste el “patio trasero de la España centralista”, deben tener mucho cuidado, no sea que caigan en manos de banqueros más explotadores, y si eso ocurriera, su neopatriotismo puede que se derrumbe con estrepito y el vacío político que se produzca sea peor que haber continuado con un ideal independista, pero siendo parte solidaria de un todo.

Cuando hay crisis, la sociedad civil sufre también sus efectos trasladándolos al conjunto de la sociedad impidiendo que se dinamice el proyecto de convivencia, que se avería, como dice Touraine, en los estallidos de las depresiones económicas cuando el reparto de la escasez y las migajas del bienestar,  fraguan un malestar insoportable. Si a esto le sumamos los escándalos que a diario sitúan a los políticos y financieros como a los asaltantes del tesoro, mientras se recorta educación, sanidad y pensiones, las tensiones aumentan, y la sensatez se puede transformar en momentos enloquecidos, que luego, en posterior lucidez, no encajan con el convivir pacifico.

Sin embargo, existe una élite molesta porque se denuncian las corrupciones, los fraudes, el despilfarro y las desigualdades, y piensan que no  debe hablarse  de estas cuestiones, porque se malogra la imagen pública de la España oficial, y por otro lado, observamos atónitos, como se consienten muchos comportamientos antisociales, como puso de manifiesto la diputada Fabra, que sigue presente en el Congreso de forma indigna ¿A quien representa?

Olvidamos el derecho de los ciudadanos a tener derechos, y se siente injustamente lo que se conoce como el silencio de las victimas, que son tantas, que ya no son un grupo social especifico, son la consecuencia de la quiebra del pacto social que afecta a la democracia convirtiéndola en individualista.

Estamos en esa etapa de delirio cesáreo de una troika que impone un mensaje de miedo masivo con una clara manifestación en su obsesivo programa de represión social, con prohibiciones, nuevas regulaciones de derechos, y hasta  se habla con descaro de regular el principio constitucional de manifestarse, con el fin de impedir que los ciudadanos se agrupen, pretendiendo la desintegración de las masas sociales, y cuando eso ocurre, nos explica Canetti, es cuando el poder percibe que se está más unidos, porque el temor a la unión ciudadana, se responde con intentos desintegradores desde el poder.

No tiene sentido hacer como si no pasara nada, porque lo que está mal, tendrá que incorporarse a las agendas de reformas, el gasto público tiene un limite y ese mismo limite, se puede aplicar al sufrimiento de los ciudadanos, que esperan rasgos de equidad para cortar las perversiones del sistema económico, las cuales están causando destrozos irreparables con el temor que se produzcan nuevas medidas que ahonden todavía más en la desigualdad. Y es motivo suficiente para rebelarse contra el silencio, sin miedo.

 

José Molina Molina    Doctor en Economía, Sociólogo y Miembro de Economistas Frente a la Crisis. Publicado en el diario La Verdad (Murcia/España) el 14/10/2012

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