Estuvieron donde no debieron estar, se reunieron con quienes no debían, se dejaron atrapar en las redes de los lobbies… Pienso que no podemos dejar la representación política en manos de quienes no mantienen un equilibrio ético.
El economista Robert Frank nos alertaba de ‘la fiebre del lujo’; el psicólogo Oliver James, del ‘virus de la abundancia’ y el filósofo Alain Batton, de la ‘ansiedad por el estatus’, todo ello para avisarnos de lo peligroso que resulta que en las sociedades modernas se viva con la ansiedad de acumular poder –sea político, económico o social– una preocupación perniciosa porque es capaz de destruir una parte importante de nuestros principios.
Ese ‘virus’ nos ha ido invadiendo y hoy vivimos en la vergüenza de que algunos de nuestros representantes políticos aparecen a la vista de la sociedad con síntomas evidentes de estas perturbaciones: han caído en el desequilibrio, no perciben sus delirios y estamos constatando su adicción a realizar actos, impulsar proyectos, forzar voluntades de sus estructuras funcionariales con el fin de alcanzar sus trastornados objetivos. Tan perturbados aparecen, que ni son conscientes de lo que han impulsado, del mal social propagado, de su falta de ética y hasta de trasladar sus efectos alocados a sus más allegados, simulando negocios, comprando a precios fuera de mercado, traficando con ilícitos y recibiendo regalos.
Estuvieron donde no debieron estar. Se reunieron con quienes no debían. Inauguraron acontecimientos, celebrando lo que todavía no estaba aprobado. Vulneraron la más elemental prudencia, viajando con quienes nunca deberían haberse cogido del brazo. Se dejaron atrapar por las redes invisibles de los lobbies, por esa ansiedad de mantener una pretendida jerarquía que, por sus actos, ahora está teniendo un fuerte rechazo social. Señores de cobrar en ‘sombra’ determinados porcentajes por ser facilitadores de rápidos negocios.












