Necesitamos un “Buen Gobierno” que expulse de una vez de la escena política a todo el que tenga la menor sombra de haberse dejado contagiar por el tráfico de influencias y la corrupción
Los ciudadanos observan con preocupación que sus gobiernos están desbordados, les supera la complejidad de los asuntos a gestionar. Solo hay que mirar las caras de los dirigentes, sus miradas perdidas, sus manifestaciones, exceptuando las puramente propagandísticas a partir de cualquier dato que no sea tan malo como el anterior, aunque siga siendo malísimo para el conjunto de la población.
Cuando portavoces políticos lamentan que un corrupto entre en prisión, o haya sido descubierta su corrupta actuación, demuestran desconocer la creciente insatisfacción ciudadana que ha situado la corrupción como segundo problema más importante de nuestra sociedad. Y la situación se desborda cuando a la la larguísima lista se añade ahora la familia Pujol, con el ex ‘molt honorable’ a la cabeza.
Son los ‘problemas malditos’, en expresión de Weber y Khademan, los que están rebasando a los políticos cuyas respuestas, por simples o encubridoras, no convencen ya ni a sus votantes que se sienten ofendidos por ese afán de permitir que los inculpados se protejan entre los entresijos del sistema.
La acción de gobierno debe ser más inteligente y aportar soluciones al problema territorial, a la desigualdad, a la falta de transparencia, a la independencia de la Justicia, a la financiación de los partidos y, en suma, a un componente poliédrico de dilemas que arrastramos desde la Transición y que están sin resolver legislatura tras legislatura, gobierne quien gobierne. No se abordan. De todos estos problemas, o carencias, hay uno que los ciudadanos reclaman como esencial: que funcione la transparencia en las Instituciones. Que funcione ¡ya!