No tengamos miedo a los que vienen en patera ni a los que saltan la valla, tengamos pánico a los que vienen en coches blindados con escoltas y cristales ahumados
Vivir con el miedo en el cuerpo no es sano, produce inquietud paralizante. Algo de miedo se vive en Europa: miedo a la inmigración, al déficit, al populismo nacionalista o fascista; miedo a cambiar de políticas; miedo a la apertura de cauces para una participación directa de la ciudadanía y miedo a que el ciudadano, cansado, finalmente tire por el camino menos indicado. Yo lo definiría como miedo a ser mayores o, como nos dice Tony Judt, tener miedo porque son demasiadas cosas las que van mal.
La socialdemocracia ––como el neoliberalismo–– fue un subproducto del auge del Estado-nación europeo, la respuesta a la idea política vinculada a los desafíos sociales de la industrialización en una sociedad desarrollada, pero desde hace unos años vamos perdiendo ideales y, por ello, quedándonos petrificados. Los países poderosos, los que imponen sus condiciones, están despertando un resentimiento entre los Estados menos importantes que han sido excluidos de sus deliberaciones.
Ante este panorama, el futuro entraña riesgos. Un riesgo evidente es la emigración, y otro, el control del precio de las materias primas. Dos problemas que van encadenados porque no han sabido dar una solución a esos países menos poderosos, solo les han dado un lugar en la ONU para ser espectadores. Los asuntos trascendentales se quedan en declaraciones y observamos con preocupación lo que nos advirtió Burke: ”La sociedad es una comunidad no solo de vivos, sino que también forman parte de ella los muertos y los que aún no han nacido”. Europa tiene que construir desde lo creado, por sus instituciones, y de ahí la importancia de los que nos han dejado su legado de solidaridad, libertad y democracia, cuyas tesis se echan en falta, sencillamente porque están ausentes, porque nos estamos peligrosamente familiarizando con problemas de injusticia, desigualdad, inmoralidad, corrupción y amiguismo. Son tormentas que llevan al desgobierno produciendo unos cambios de rumbo que parece como si navegáramos en círculo.

Hay demasiados silencios, pactos ocultos, que ponen de manifiesto incoherencias y la desastrosa política anti-emigrantes que están hundiendo a la Unión Europea en derivas de desintegración. Como ejemplo, observamos cómo nos adaptamos sin rechazo a cuanto va ocurriendo, cómo se comprueba en el día a día que todos asumimos las cosas más perversas, que se convierten en ‘normales’, una ausencia de crítica, como si faltara energía para impulsar una acción de cambio de rumbo.
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