Agradecer al Rector de la Universidad de Murcia, a la Fundación Caja Murcia, y a Thomson Reuters/Aranzadi, la organización de los actos, y en especial a Enrique Barón (ex presidente del Parlamento Europeo) y Eduardo San Martín (periodista), su colaboración y comentarios, y a los que han impulsado para que este trabajo viera la luz, ayuntamientos, foros ciudadanos, Círculo de Economía, Universidad y a cuantos amigos estáis aquí acompañándome. Gracias a todos por vuestro apoyo y por mantener interés en escuchar mis reflexiones.
Permítanme iniciar la presentación de este libro recordando mi compromiso por mejorar las estructuras sociales, económicas y políticas de nuestra sociedad, como objetivo de vida, porque siempre he tenido claro que todo aquello que hacemos en nuestro entorno es lo más efectivo y directo. “Actuar desde nuestro pequeño mundo” para conseguir dos objetivos: difundir el pensamiento que impulse el cambio social y que ese cambio constituya un compromiso para fortalecer la democracia. Porque si somos capaces de cambiar algo en nuestro entorno, como dice Stiglizt, asumimos que la democracia empieza en nosotros mismos, en nuestra vida y en nuestro territorio.
Desde esta concepción y la experiencia acumulada como profesional e investigador, he difundido mis trabajos en conferencias, seminarios, artículos y jornadas, explicando que el gasto público y el control ciudadano son elementos entrelazados, inseparables, y que para fortalecer esa unión, se precisa ir construyendo, paso a paso, un “novísimo estado social de derecho”, en él se respete la equidad en el gasto. Para ello, en una España que hoy está en ebullición (algo que es inquietante) he intentado poner el pensamiento económico al servicio del ciudadano.
Comparto y traslado un compromiso con las ideas renovadoras de los colectivos ciudadanos que quieren aportar sus propuestas, porque la actual crisis económica ha puesto de manifiesto que las democracias están en una deriva tecnocrática y de baja intensidad política.
No son procesos nuevos, son epidemias que pasan las sociedades. Y en esta tesitura, -en mi opinión-, ser demócrata es una actitud de disidencia porque no se puede aceptar que la triada poder/dinero/éxito reemplace a la triada: igualdad/dignidad/libertad.
Estamos en la disyuntiva del poder y del contrapoder. Y los desequilibrios ––ya sean económicos, políticos o sociales–– pueden poner en situación letal a una democracia formal, porque como dice Skidelsky, solo el compromiso de todos aquellos que no estén al servicio de los poderosos podrá recuperar el bienestar social.
El gasto público hay que analizarlo con espíritu crítico, pero hoy se insiste más en su tamaño que en mejorar su control, eficiencia y rendición de cuentas. Y además siempre se deja al ciudadano al margen del proceso, como si se tratara de un juego solitario en el que como dice Iturriaga, hasta podemos caer en el absurdo de hacer trampas.
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