Conferencia impartida por José Molina Molina. Doctor en Economía, Sociólogo y Miembro del Pacto por la Transparencia, en el ciclo La Regeneración Política, el día 17 de mayo de 2013 en el Real Casino de Murcia.
Agradezco al Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de la Región de Murcia y al grupo de Estudios de Actualidad de la Región de Murcia y al coordinador de este ciclo: Ramón Villaplana, la oportunidad de intervenir en esta iniciativa sobre la “Regeneración Política” en donde todos coincidimos en su necesidad porque se ha convertido en un verdadero reto para superar las miserias que nos presentan a diario los responsables de la gestión de nuestras instituciones públicas, porque a pesar de que las desigualdades que viven nuestros ciudadanos, son muy graves y parece que no son suficientes para explicar el malestar existente en la sociedad por causa de la opacidad en su funcionamiento. La inmoralidad pública es una de las causas del padecimiento que sufrimos en esta situación de injusticia producida por las malas acciones, tanto en el orden privado, como en el público, que ha invadido sutilmente los terrenos del campo exclusivo de las instituciones públicas. Con claridad debemos decir que sin transparencia económica las instituciones no se pueden mantener, porque una institución opaca, sin dar información, camina deprisa a su decadencia, o lo que es peor, a su disolución. Y esta afirmación la hacemos extensiva no solo a las instituciones españolas e internacionales, porque observamos cómo sus niveles de transparencia son mayores o menores, según la intensidad democrática de cada país.
Desde esta posición, iniciamos nuestra exposición, y debemos recordar, que como un paso previo al inicio del impulso regeneracionista, desde las Siete Partidas, existe una constancia de rendir cuentas y gestionar honestamente los caudales públicos. Pero desde el siglo XIII, se han producido muchos acontecimientos por nuestra historia, y podemos constatar, que hay más anécdotas de opacidad que de un ejercicio de transparencia. Si recordamos la forma altanera del Gran Capitán, en la forma de rendir cuentas, encontramos un referente imitado por muchos de forma vergonzante. Nos ha perdido esa falta de control en la conquista de los imperios, apropiarnos de los nuevos mundos, dejándolo en manos de “virreyes” que nos hundieron en la decadencia, como un fracaso de gestión de lo público. Hay denuncias significativas, que se calificaron como la “historia negra de España”. Lo cierto es que arrastramos un lastre, donde el protagonismo de la Inquisición deja su impronta en estas épocas absolutistas. Desde esa visión de la patria España, surgen los regeneracionistas del siglo XIX, que observan al país como un presidio suelto, una mala hierba, donde la corrupción crecía por todos los rincones, porque robar al Estado se consideraba una práctica de hacer fortuna. Con esa concepción la impunidad de los que han actuado contra los bienes comunes se ha convertido en algo habitual, consagrar que “robar al Estado es un camino, como cualquier otro para enriquecerse”, tenemos ejemplos para aburrirnos. Se precisa con urgencia, que las instituciones, jurídicas, administrativas, reguladoras y de apoyo a la estructura del Estado no se “encallen” y dejen de actuar como un pendón de compromisos de los partidos políticos que desgobiernan el país desde hace siglos. Precisamos recuperar la ética pública, ya que los que robaron histórica y recientemente, será muy difícil que devuelvan los bienes comunes sustraídos a nuestra sociedad. La sociedad civil de hoy, tiene un deseo de regenerarse, romper con su “historia negra” que nos ha perseguido desde siglos como una maldición.
Debemos ahondar en la mala hierba y nadie mejor que recuperar las denuncias que hiciera Mallada, uno de los regeneracionistas del XIX, que con realismo nos dice: “que España está sujeta al caciquismo nacional, regional, y local, como un hecho demostrado en su historia social. En tiempos del absolutismo real, el cacique se disfrazaba de fraile y se amparaba entre sus venerables pliegues de sus mantos religiosos. En tiempos de revueltas, se infiltraba en las filas de los ejércitos. En tiempos de las luchas pacíficas, se introducía en las filas de los partidos y llenaba con su presión los votos de las urnas democráticas. Enseñó a sus políticos el arte de escalar el poder y la manera sutil de cómo cambiar de chaqueta. Con su influencia, redactó programas políticos, participó en comités de las políticas locales y nacionales, y consiguió que sus leales seguidores fueran elevados a los puestos relevantes de los gobiernos locales, regionales y nacionales. El caciquismo tiene tanto poder, que han neutralizado las más firmes convicciones y ha tumbado los más rectos propósitos, ha esterilizado las leyes más sabias y ha podido anular las sentencias más acertadas”.
El caciquismo que nos describe Mallada, en los Males de la Patria, se ha enquistado en todas las esferas y en sus instituciones, y sus efectos contaminantes han llegado hasta nuestros días. El dominio en las listas cerradas y la opacidad de los partidos, son un claro ejemplo de esta enfermedad endémica. Es difícil encontrar instituciones libres de estos efectos. todas han sido contaminadas por esta ideología perversa de la opacidad. Impulsar la transparencia es democratizar el poder, pero no podemos olvidar, que el poder quiere perpetuarse allí donde se instala.
Y más recientemente, Alejandro Nieto, catedrático emérito de Derecho Administrativo de la Complutense y expresidente del CSIC, en su libro “El desgobierno de la público”, se posiciona también de una forma muy crítica, diciéndonos que “el secreto de la política actual, se encuentra en la falsificación de todas las instituciones y en la manipulación de todas las personas, porque ha sabido controlar tanto el sistema económico, que es el eje de la economía, como la democrática, que es el eje de la política, y de lo que se trata por los poderes es utilizar a ambas, la economía y la política como rehenes”.
A esta labor han apoyado los medios de comunicación, prensa y TV, haciendo que la manipulación no genere rechazo, antes bien adicción, trasladando a esa mayoría silenciosa, un efecto de felicidad extraña, algo parecido, a la felicidad que sienten los clientes de los grandes almacenes consumiendo sus productos, o los consumidores de marcas más selectivas, luciendo sus logotipos, sin pensar que todo es un montaje para dominar a los ciudadanos bajo le opresión de un consumo de chatarra. El dominio de las instituciones del Estado y el control de los ciudadanos por otro, así por lo menos nos lo recuerda Robert Michels con su histórica “ley de bronce”, donde manifiesta que la democracia es cautiva en un círculo irrompible de la oligarquía, el caciquismo y los grupos políticos.
Precisamos de una Ley de Partidos donde se configuren de forma más democrática a su actual funcionamiento, para que en vez de ser gobernados por un reducido número de barones, sea su militancia, sus simpatizantes y votantes, los que impulsen a los líderes en sus diferentes esferas de responsabilidades. Los periodos de mandato no deben de alargarse indefinidamente en el tiempo, sino concretarse a periodos cortos, su renovación con normas claras, los congresos periódicos, bianuales como mucho, y la transparencia de sus ingresos sea del total de todos sus gastos, conociendo tanto las cuotas, las donaciones y cualquier ayuda, si esta es cuantificable en lo económico. Sus cuentas auditadas, deben estar en la red para conocimiento de todos.
Pero no es sólo su economía, sino que nos interesa conocer sus actividades, sus agendas, porque conocer sus patrimonios, no es lo más relevante, esos hay que conocerlos como los de cualquier contribuyente, lo relevante es saber con quién se reúnen, con quién comen, toman café, etc. Lo público es de todos, la actividad pública debe ser transparente, y no es ninguna excepción, en otros países se funciona con más transparencia, por ejemplo, todo el mundo puede conocer la agenda del presidente Obama en el día a día.
Los politólogos modernos han calificado como de “cleptocracia”, esta adicción de los políticos de apropiarse en su provecho, de las decisiones en el ejercicio de la función pública, con una visión entre poder y corrupción, que se persiguen como la sombra acompaña al cuerdo humano. Es un estado medio clandestino en donde algunos políticos con su influencia en los circuitos de la Administración, se enriquecen de los ilícitos, ilícitos que muchas veces no siempre son en efectivo, sino utilizar el poder, la influencia, relaciones, y otras veces se compensan con bolsos, relojes, viajes, trajes, coches, y tantos otros medios.
La corrupción se ha extendido a todos los ámbitos jurídicos, políticos y sociales. Se precisa empezar desde la sociedad civil, porque unos pocos se han organizado un paraíso, cuando la mayoría vivimos en el infierno de la desigualdad. Un mal que se arrastra en este país, donde entre los grupos de poder, controlan la riqueza, la política y las instituciones, es urgente democratizar y denunciar, porque como dice Tony Judt: ¡algo va mal!
Y algo va tan mal, que así lo recogen las encuestas de opinión, que están señalando y valorando “los males de la sociedad actual” con tal gravedad que no podemos retrasar la aspiración de cambio que demanda la ciudadanía. Hay que pasar del desastre y la sumisión al gobierno de lo común. Con una nueva cultura que termine con la fiesta servil a la que estamos sometidos a un precio de escándalo, según lo organiza cada gobierno. No me sitúo en el catastrofismo, lucho con las ideas para no soportar más falsificaciones, sin perder de vista cuales han sido las causas y los causantes de la crisis, porque es un deber de la ciudadanía tener presente porque hemos llegado a esta situación y sus consecuencias, y no permitir que se perpetúe y hunda a las generaciones del futuro, más de lo que estamos ahora. Tenemos el compromiso de darle solución a este embrollo, limpiando el país de los que lo han asolado, y democratizar lo que entre unos pocos nos han desgobernado. No debemos tolerar por más tiempo esta situación.
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